

Por: Juan Cruz Sanz
"Vienen por los derechos de todo el pueblo argentino. Si no resistimos seguirán aniquilando los derechos sociales y terminarán derogando toda la legislación laboral".
Así resonaban, como campanas de un futuro sombrío, las palabras que Lilita Carrió grabó a fuego en su "Hacia un nuevo contrato social" allá por 2004. Presagio o profecía, hoy aquella advertencia cobra vida en la figura de quienes fueran sus aliados de antaño, convertidos ahora en los artífices de su propia pesadilla.
La danza entre Mauricio Macri y Javier Milei en el vasto territorio bonaerense dibuja uno de esos momentos estelares donde el cielo político argentino rearma sus constelaciones. Como la Concordancia que iluminó la década infame o aquella Alianza que, cual estrella fugaz, llevó a De la Rúa al poder para luego precipitarse en el abismo, este pacto lleva inscrito en su ADN más el pragmatismo descarnado que la comunión de ideales.
El escenario bonaerense —esa bestia mitológica de innumerables cabezas que devora o consagra liderazgos nacionales— se alza hoy como el Coliseo donde gladiadores modernos disputarán la corona post-kirchnerista. En esta arena, La Libertad Avanza de Milei encarna la paradoja del outsider: un caudillo con multitudes que lo vitorean pero sin centuriones que defiendan sus conquistas en cada rincón del territorio. La historia bonaerense nos susurra una verdad inmutable desde los tiempos en que Duhalde tejía su red invisible: sin legiones disciplinadas que custodien cada urna, el fervor popular se diluye como agua entre los dedos.
El PRO macrista, otrora vigoroso, se debate ahora en el crepúsculo existencial que aflige a quienes, tras saborear las mieles del poder, contemplan cómo su alma partidaria se desvanece. El éxodo de sus vástagos hacia tierras más promisorias evoca inevitablemente aquel ocaso melancólico de la UCeDé, cuando sus luminarias fueron absorbidas por el agujero negro del menemismo, dejando tras de sí apenas la cáscara reseca de lo que fue un árbol frondoso con ambiciones de bosque.
Esta alianza, tejida con hilos de necesidad mutua, nos transporta a los laberintos maquiavélicos donde "el enemigo de mi enemigo" se convierte en compañero de viaje. Macri y Milei, esos Montesco y Capuleto del conservadurismo argentino, descubren en el kirchnerismo un adversario común que, a pesar de sus cicatrices electorales, mantiene en la provincia un reducto poderoso, sostenido por un entramado de intendencias y organizaciones sociales cultivado con la paciencia de un jardinero zen durante décadas.
Sin embargo, la Biblioteca Argentina de Pactos Fracasados rebosa de volúmenes que narran coaliciones naufragadas en el mar embravecido de las ambiciones personales. Desde el Frente Grande hasta el Frepaso, desde la UCR-PS hasta Cambiemos, las alianzas electorales suelen estrellarse contra el arrecife puntiagudo de la distribución del poder. El reparto de prebendas y candidaturas será el yunque donde se forje —o se quiebre— esta unión, considerando los egos principescos de ambos protagonistas, poco habituados a ceder el centro del escenario.
En esta sinfonía política que comienza a orquestarse, el liberalismo salvaje de Milei y el pragmatismo institucional de Macri componen una partitura de extraños acordes en la interminable ópera del sistema político argentino. Como nos enseña el libreto de nuestra historia, estos matrimonios de conveniencia pueden conquistar el poder, pero su supervivencia depende de trascender el oportunismo inicial para engendrar un proyecto genuino.
Queda por verse si esta alianza será capaz de superar la prueba del tiempo o quedará archivada como un episodio más en la turbulenta saga de los amores políticos por conveniencia que, como las estaciones, colorean el paisaje electoral bonaerense para luego marchitarse bajo el inclemente sol de las contradicciones internas.