

Por: Juan Cruz Sanz
La política argentina atraviesa una etapa de reacomodamientos constantes. En este escenario turbulento, tanto La Libertad Avanza (LLA) como el gobierno de Javier Milei reflejan dinámicas similares de construcción y conflicto interno. Mientras en la provincia de Buenos Aires el oficialismo liberal sufre una sangría de dirigentes, la administración nacional muestra una gestión marcada por la improvisación, tensión permanente y un progresivo cierre de filas ante los cuestionamientos externos.
El armado bonaerense de LLA evidencia signos de desgaste prematuro. Sebastián Pareja, el armador estrella, pero a veces estrellado, de Milei no logra hacer pie. Dirigentes inicialmente alineados con el espacio libertario comienzan a distanciarse —algunos mediante críticas abiertas, otros en silencio— compartiendo un denominador común: la imposibilidad de vislumbrar un proyecto sólido a largo plazo. Esta carencia de estructura territorial, sumada a la incómoda convivencia con sectores del PRO que intentan capitalizar el fenómeno libertario, genera fricciones y una inestabilidad que parece cronificarse.
A nivel nacional, el panorama no difiere sustancialmente. Desde la asunción de Milei, su administración ha experimentado salidas abruptas y reconfiguraciones en áreas estratégicas. El presidente, lejos de mostrarse preocupado, adopta una postura desafiante frente a estos movimientos, argumentando que representan una depuración natural en su búsqueda de "pureza" ideológica. Sin embargo, el elevado índice de recambio y la ausencia de una estrategia política coherente generan incertidumbre tanto dentro como fuera del gobierno.
El desafío fundamental de Milei y su espacio político radica en la construcción de un proyecto que trascienda su figura presidencial. En territorio bonaerense, la fractura con sectores del PRO y la escasez de cuadros propios obstaculizan la transformación del fenómeno electoral en una estructura partidaria perdurable. En el ámbito nacional, la gestión libertaria enfrenta problemas similares: sin mayoría parlamentaria y con un gabinete en permanente transformación, la gobernabilidad depende de alianzas frágiles y una retórica que frecuentemente colisiona con las complejidades de la realidad política.
No obstante, frente a crisis internas y tensiones con aliados, el oficialismo exhibe un patrón de respuesta recurrente: cuando se percibe bajo asedio, cierra filas y redobla su apuesta discursiva. La reciente controversia sobre el accionar de las fuerzas de seguridad en el Congreso ilustra perfectamente esta dinámica. En lugar de reconocer errores o buscar consensos, el gobierno intensifica su respaldo a sus figuras principales, apostando por la confrontación directa y la defensa inquebrantable de sus posiciones.
Este mecanismo de blindaje y polarización ha permitido a Milei mantener intacto su núcleo duro de apoyo, pero simultáneamente genera resistencias crecientes en otros sectores políticos y sociales. La gran incógnita que sobrevuela el escenario político argentino es si esta estrategia resultará suficiente para consolidar su poder o si, por el contrario, terminará erosionando aún más su frágil estructura política.