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Axel ya no puede hacerse el boludo: el acuerdo que lo convirtió en rehén de su propio juego - Provincia Noticias

ACTUALIDAD PN | 22 JUL 2025

POR JUAN CRUZ SANZ

Axel ya no puede hacerse el boludo: el acuerdo que lo convirtió en rehén de su propio juego




Por Juan Cruz Sanz

En la madrugada política argentina, cuando las negociaciones se cierran a puertas entrabiertas y los acuerdos se sellan con la precariedad de lo inevitable, Axel Kicillof acaba de escribir su nombre en tinta indeleble sobre el mapa del poder. El pacto de listas con el kirchnerismo no es solo un arreglo electoral más en la larga cadena de componendas que tejen la política nacional; es el momento en que un gobernador cruza su propio Rubicón, consciente de que ya no habrá marcha atrás.

Como aquel César que hace más de dos mil años desafió al Senado romano, Kicillof ha tomado una decisión que trasciende la mera aritmética electoral para convertirse en una apuesta existencial. Al firmar este acuerdo donde se queda con el 38% de los lugares —la misma proporción que el kirchnerismo, mientras el Frente Renovador recibe el 24% restante— no solo negoció posiciones en una lista; redefinió los términos mismos del juego político bonaerense y, por extensión, nacional.

La ironía es exquisita: el acuerdo que le otorga mayor autonomía es también el que lo convierte en prisionero de su propio destino político. Porque al aceptar una paridad que lo legitima como actor autónomo, rompiendo la lógica histórica donde el kirchnerismo ejercía una hegemonía indiscutida sobre el armado provincial, Kicillof se convirtió en corresponsable directo de todo lo que venga. Ya no podrá refugiarse en la posición cómoda del "gobernador que administra" para mantenerse al margen de las tormentas nacionales.

La decisión inicial de desdoblar las elecciones bonaerenses quebró al kirchnerismo por la mitad, como reconocen las propias fuentes del espacio. Fue una "secesión controlada", una ruptura que no buscaba destruir sino refundar. Al optar por celebrar los comicios el 7 de septiembre, separándolos de las elecciones nacionales, el gobernador no solo calculó maximizar su capital electoral; estableció una nueva dinámica de poder donde su proyecto político adquiere entidad propia, respiración independiente.

Pero todo acuerdo en política argentina nace con sus propias contradicciones incorporadas, y este no es la excepción. El principio que sellaron Kicillof, Máximo Kirchner y Sergio Massa no logró despejar las tensiones de fondo ni desactivar las amenazas finales que siguen latiendo como un corazón irregular bajo la superficie de la unidad proclamada. Estamos ante dos proyectos políticos que convergen tácticamente pero divergen en sus ADN estratégicos: mientras Cristina Kirchner busca mantener el control del aparato y la continuidad del modelo que lleva su apellido, Kicillof aspira a construir un peronismo renovado que trascienda las limitaciones del kirchnerismo sin romper completamente con su herencia.

Es una ecuación delicada, casi imposible. El gobernador debe operar simultáneamente como socio y competidor, como heredero y renovador, como líder autónomo y soldado disciplinado. Esta dualidad lo fortalece porque le otorga legitimidad institucional y capacidad de negociación, pero también lo debilita porque lo obliga a cargar con las contradicciones de un espacio político que arrastra las heridas de décadas de disputas internas.

Porque en el fondo, y esto Kicillof lo sabe mejor que nadie, Cristina Fernández de Kirchner sigue siendo el sol alrededor del cual orbita todo el sistema gravitacional del peronismo. Su centralidad no es solo simbólica o nostálgica; es brutalmente real, operativa, cotidiana. Ella sigue teniendo las llaves del aparato, los contactos sindicales, la lealtad de las bases más duras, el control de los recursos y, sobre todo, el poder de veto sobre cualquier construcción que pretenda prescindir de su bendición. Por eso el acuerdo no es solo una negociación entre pares; es un reconocimiento tácito de que todavía no es posible una ruptura abrupta con esa conducción ineludible. Kicillof puede aspirar a la autonomía, puede construir poder propio, puede proyectarse como líder nacional, pero siempre dentro de los márgenes que la expresidenta esté dispuesta a tolerar. Es un baile de a dos donde uno de los bailarines sigue marcando el compás, aunque permita que el otro ensaye algunos pasos propios.

La responsabilidad que ahora recae sobre los hombros de Kicillof trasciende ampliamente lo electoral. Con un apoyo de las bases peronistas cercano al 40%, se ha convertido en el líder natural de la oposición a Javier Milei, pero también en el principal responsable de articular una alternativa viable al proyecto libertario. Ya no puede delegar, ya no puede esquivar, ya no puede postergar. El destino político argentino se juega, en gran medida, en su capacidad para transformar este acuerdo frágil en una alternativa política sólida y convincente.

Porque el tiempo político no perdona a quienes leen mal sus señales. La historia argentina está plagada de líderes que creyeron dominar los equilibrios que pretendían alterar y terminaron siendo devorados por las fuerzas que desataron. Kicillof enfrenta ahora el desafío de demostrar que puede ser algo más que un administrador hábil: debe probar que puede construir poder real, articular coaliciones duraderas y ofrecer respuestas concretas a los problemas que corroen la vida cotidiana de millones de argentinos.

En esta nueva arquitectura del poder peronista, el gobernador bonaerense ya no puede refugiarse en la crítica cómoda ni en la gestión silenciosa. Debe hablar cuando el país necesita escuchar alternativas, debe proponer cuando la destrucción parece ser la única respuesta, debe unir cuando todo parece conspirar hacia la fragmentación. Es el precio del liderazgo real, esa moneda que se paga con riesgo y se cobra con responsabilidad.

Ya no hay vuelta atrás. El Rubicón ha sido cruzado, los dados han sido arrojados, y ahora solo queda esperar que la historia juzgue si Axel Kicillof logró leer correctamente este momento único o si, como tantos otros antes que él, subestimó la complejidad de las fuerzas que pretendía domesticar. En política, como en la vida, hay decisiones que nos definen para siempre. Esta es una de ellas.