La política argentina atraviesa una etapa de reacomodamientos constantes. En este escenario turbulento, tanto La Libertad Avanza (LLA) como el gobierno de Javier Milei reflejan dinámicas similares de construcción y conflicto interno. Mientras en la provincia de Buenos Aires el oficialismo liberal sufre una sangría de dirigentes, la administración nacional muestra una gestión marcada por la improvisación, tensión permanente y un progresivo cierre de filas ante los cuestionamientos externos.
El armado bonaerense de LLA evidencia signos de desgaste prematuro. Sebastián Pareja, el armador estrella, pero a veces estrellado, de Milei no logra hacer pie. Dirigentes inicialmente alineados con el espacio libertario comienzan a distanciarse —algunos mediante críticas abiertas, otros en silencio— compartiendo un denominador común: la imposibilidad de vislumbrar un proyecto sólido a largo plazo. Esta carencia de estructura territorial, sumada a la incómoda convivencia con sectores del PRO que intentan capitalizar el fenómeno libertario, genera fricciones y una inestabilidad que parece cronificarse.
A nivel nacional, el panorama no difiere sustancialmente. Desde la asunción de Milei, su administración ha experimentado salidas abruptas y reconfiguraciones en áreas estratégicas. El presidente, lejos de mostrarse preocupado, adopta una postura desafiante frente a estos movimientos, argumentando que representan una depuración natural en su búsqueda de "pureza" ideológica. Sin embargo, el elevado índice de recambio y la ausencia de una estrategia política coherente generan incertidumbre tanto dentro como fuera del gobierno.
El desafío fundamental de Milei y su espacio político radica en la construcción de un proyecto que trascienda su figura presidencial. En territorio bonaerense, la fractura con sectores del PRO y la escasez de cuadros propios obstaculizan la transformación del fenómeno electoral en una estructura partidaria perdurable. En el ámbito nacional, la gestión libertaria enfrenta problemas similares: sin mayoría parlamentaria y con un gabinete en permanente transformación, la gobernabilidad depende de alianzas frágiles y una retórica que frecuentemente colisiona con las complejidades de la realidad política.
No obstante, frente a crisis internas y tensiones con aliados, el oficialismo exhibe un patrón de respuesta recurrente: cuando se percibe bajo asedio, cierra filas y redobla su apuesta discursiva. La reciente controversia sobre el accionar de las fuerzas de seguridad en el Congreso ilustra perfectamente esta dinámica. En lugar de reconocer errores o buscar consensos, el gobierno intensifica su respaldo a sus figuras principales, apostando por la confrontación directa y la defensa inquebrantable de sus posiciones.
Este mecanismo de blindaje y polarización ha permitido a Milei mantener intacto su núcleo duro de apoyo, pero simultáneamente genera resistencias crecientes en otros sectores políticos y sociales. La gran incógnita que sobrevuela el escenario político argentino es si esta estrategia resultará suficiente para consolidar su poder o si, por el contrario, terminará erosionando aún más su frágil estructura política.